jueves, septiembre 22, 2005

Yo también escribo en rima.

La primavera apesta,
el polen me molesta.
Las flores se marchitan,
aunque estés en Mar Chiquita.


+++ y cierras los ojos y ves
todo el mar en primavera +++

miércoles, septiembre 14, 2005

Fastidiado, hastiado, molesto

"I don't feel the suns comin' out today" dice Change de Blind Melon, y es lo que siento yo aca adentro hoy, viendo las nubes que lo tapan por la cúpula de la oficina. Esa misma oficina genial que extrañé estando en chile y ahora me fastidia, esa misma que tiene a un montón de gente que quiero y con quienes comparto más que un trato laboral, pero no dejo de mirar las putas nubes y quiero que algo cambie... quiero que llueva, que caiga mucha agua y verla desde abajo de esta cúpula de mierda. Aunque mejor que no llueva así puedo ir a jugar al tennis, eso me gusta, me relaja... me lastima, mi muleca no da más, la tendinitis me tiene mal, que llueva entonces así no juego al tennis... Pero si yo no juego, ella tampoco y a ella le hace bien, yo la amo mucho y quiero que esté muy bien... el cielo sigue nublado, sigo pensando que el sol no va a salir, pero necesito que algo cambie.


+++ Cansado de gritar que nunca nada es suficiente...

miércoles, agosto 17, 2005

No se culpe a nadie

Falto de inspiración, les dejo un cuento que me partió la cabeza.


No se culpe a nadie (Julio Cortazar - Final del Juego)

El frío complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver se ve que es su mano de siempre y él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo. Parecería que no lo es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez a la tela de la camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga dificulta todavía más la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse siente que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no conseguirá hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo, agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la vez que mete el brazo libre en la otra manga enderezándola y tirando simultáneamente con los dos brazos y el cuello. En la repentina penumbra azul que lo envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera, pero la frente y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan apenas por la mitad de las mangas. por más que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre pensar que a lo mejor se ha equivocado en esa especie de cólera irónica con que reanudó la tarea, y que ha hecho la tontería de meter la cabeza en una de las mangas y una mano en el cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendría que salir fácilmente pero aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos manos aunque en cambio parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca, probablemente desteñirá y le manchará la cara de azul. Por suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire al frío de afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en la manga, quizá era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del pulóver por eso lo que él creía el cuello le está apretando de esa manera la cara sofocándolo cada vez más, y en cambio la mano ha podido salir fácilmente. De todos modos y para estar seguro lo único que puede hacer es seguir abriéndose paso respirando a fondo y dejando escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide respirar perfectamente salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de lana del cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara ahora que la humedad del aliento se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si abre los ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez el pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará impacientándose en la puerta de la tienda. Se dice que lo más sensato es concentrar la atención en su mano derecha, porque esa mano por fuera del pulóver está en contacto con el aire frío de la habitación es como un anuncio de que ya falta poco y además puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta aferrar el borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico que ayuda a ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo es que aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería que el pulóver ha quedado completamente arrollado cerca del cuello y lo único que encuentra la mano es la camisa cada vez más arrugada y hasta salida en parte del pantalón, y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver porque sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado apenas por los hombros y estará ahí arrollado y tenso como si él tuviera los hombros demasiado anchos para ese pulóver lo que en definitiva prueba que realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en una manga, con lo cual la distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente la mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica que él tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la mano sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano derecha que ya está afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque no consiga hacer bajar el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de su cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después de haber girado tantas veces con esa especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería sacarse el pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y comprobar la entrada correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la mano derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridículo renunciar a esa altura de las cosas, y en algún momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba sin que él comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara con esa gomosidad húmeda del aliento mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor como si le desgarraran las orejas y quisieran arrancarle las pestañas. Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en la manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es casi imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como si la mano izquierda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza fuera del cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás, girando en medio de la habitación, si es que está en el medio porque ahora alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del pulóver, aunque su mano izquierda le duela cada vez más como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece, contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través de la manga el borde del pulóver arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano derecha ayudara en vez de trepar o bajar inútilmente por las piernas en vez de pellizcarle el muslo como lo está haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda impedírselo porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa materia fría, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el tiempo de fuera del pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco a poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los párpados y echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver, donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce pisos.

viernes, agosto 05, 2005

De Trenes... (Parte I)

Esa mañana cuando despertó se puso a pensar que iría a la estación a la misma hora de siempre, que tomaría el mismo tren y subiría al mismo vagón, ese en el que van los estudiantes que se bajan en la estación siguiente, ese en el que viajaría Daniel, el estudiante de comercio exterior que siempre llega sentado en el segundo asiento de la izquierda sobre el pasillo, quien como todas las mañanas le dejaría su asiento. Una vez sentado se pondría a leer y se sumergiría profundamente en el libro de turno, como con prácticamente todo lo que lee, por peor que pueda considerarlo, se sabe con el don (o la maldición) de mantenerse sumamente concentrado hasta el final de la lectura. Pasarán las estaciones hasta que en un momento levantará su cabeza sin saber porque y su mirada se encontrará con la del niño de gordos y rojos cachetes, que hace más de un mes encuentra mirándolo fijamente cada vez que quita la vista de su libro en cada viaje al trabajo, ese que lo pone nervioso, ese a quien no puede dejar de mirar, ese que le hace perder la concentración en la lectura, ese al que le gustaría morderle sus gordos y rojos cachetes, ese que no deja de mirarlo...

+++ Aquella mañana él se desperto
casi sin aliento con mucha tos +++

viernes, julio 29, 2005

De Subtes...

Bajaba a hacer la combinación aun leyendo a fin de terminar la página que le faltaba para cerrar el capítulo y un resplador rojizo llamó su atención, levantó la vista y la vió... envuelta en un trajecito rojo carmesí, alta y esbelta, pero lo impactante no era eso, sino su cabello. Negro, negro azabache, intenso, lacio, brillante. Al Llegar al anden de la convinación y mientras terminaba de leer, ella parose a su lado y se puso un abrigo negro opacando su brillo. Al subir al subte ella se sentó y él se paró contra el final del bagón, bastante cerca, pero un poco fuera de su visión. Al terminar el capítulo, se dirigió a la puerta de modo de poder verla mejor. Notó que ella se sentía incomoda, pero él no dejó de hacerlo, más allá que interiormente quería disculparse por fastidiarla y decirle que simplemente admiraba su negra cabellera. Ambos bajaron en la siguiente estación, ella se dirigió primero a la escalera, él se aseguró de ir justo detrás, así no perder un sólo detalle de ese pelo tan negro como su alma. Al mirarla de pié con el tapado, ella ya no le parecía interesante, ya sólo miraba su cabello negro y brillante que con el reflejo de la luz daba tonos azulados. Salieron y ella se dirigió en dirección opuesta a la que él debía ir, pensó en seguirla, pero lo descartó al instante y simplemente contempló como se alejaba ese negro cabello ondenate como un crim.